Sanar la relacionalidad o perpetuar la violencia. El parteaguas histórico que pone fin a una guerra y da inicio a una humanidad de paz.


El sistema de dominación se basa en un principio que le podríamos asignar una naturaleza de género masculino –única razón por la cual se le podría categorizar como patriarcal– que es aquella de acción, producción, expansión y crecimiento. Se vuelve nociva, desequilibrada y por lo tanto patriarcal al no contemplar su equilibrante contraparte femenina de reposo, espacio de reproducción y de reposición. Al no incluir el complemento generativo, se convierte en algo estéril, ocioso, destructivo, vil y obsoleto. Sin presente y sin futuro, la sociedad moderna no cumple función alguna que la de obligarnos a retornar al balance.

Esto significa que por principio el sistema no contempla tregua en su expansión absorbente y destructiva. Ingenuamente los que le habitan y sufren, creen, por principio de vida, que sí, que hay balance, que habrá tregua, que la paz llegará y que el sistema se equilibra por si solo, que es natural, que es parte de nuestro desarrollo ontogénico.

Quienes viven en simulada paz y sin contemplar y proponerse la más radical de las transformaciones personales y sociales de la historia de la humanidad se equivocan y viven proactivamente los roles de víctimas de la sistematizada auto-anulación, la negación de su ontogenia, su entelequia, su propósito existencial y su papel como seres vivos. No saben que en su propia formación biológica está el instinto de superar ésta guerra, una guerra que sí está, y que sí debe terminar y es responsabilidad nuestra.