Tardé muchos años danzando antes de llegar a tener mi propio copili (penacho de plumas que se usa para la danza azteca). Sentía que un penacho es una "corona" que se ganaba a través del mérito, y no que se compraba por el deseo. Nunca compré una pluma. En mis viajes frecuentes a la selva, pude ir haciéndome de las plumas que me regalaba el espíritu, de las plumas que me daba el monte.
Una vez fué un faisán dorado, que en uaxactún, petén, habían matado unos pobladores para comerlo. Las plumas estaban botadas afuera, en la calle, dejadas al abandono. Para mí un invaluable tesoro. En uaxactún entrabamos todos los días a la selva, a recolectar hojas de xate para vender. La presencia del pavo de monte, el chalchiutotolin, estuvo siempre cerca, lo escuchábamos varias veces. De varios días de saber que estuvo por ahí, fue como si a propósito dejara dos de sus mas preciadas aunque no tan vistosas plumas, aquellas que son blanco y negro y de las cuales solo tiene cuatro en las alas. Un día dejó una, a los varios días dejó otra.
Pasaban los años y seguía sin copili. Seguía juntando las pocas plumas que me regalaba el espíritu. Una vez acompañaba un arqueólogo por las selvas de Campeche. Ahí encontré el tesoro más valioso. Un felino, posiblemente un jaguar, había devorado un pavo de monte y había dejado sus plumas ahí. La mayoría maltratadas, la reacción del ego es pensar que eran inútiles. Suerte que el espíritu es más fuerte que el ego y pude atesorarlas como el regalo que son.
En mis viajes a los Andes llegaron plumas de cóndor. En otros viajes plumas de águila. Así se completaron finalmente, suficientes plumas para hacerme un copili. Pude hacerlo con mis manos, como todo en mi atuendo de danza, y coronarme merecidamente.
Grande es mi amor y mi conciencia por la naturaleza y los animales. El lazo con la naturaleza y la sensibilidad hacia ella son vínculos que siempre consideré inseparables de cualquier tradición indígena, o de cualquier persona que busca la verdad y que tiene corazón. Esta sensibilidad ha hecho muchas veces difícil acercarme a las danzas y a los demás danzantes. Viendo la cantidad de plumas de guacamaya o de loro que ocupan, y sabiendo que la mayoría provienen de animales que son desprovistos de sus vidas con tal en enaltecer el ego de algún insensible danzante. La sensibilidad no es por matar un animal. En Bolivia no sentiría pena alguna de matar loros, comerlos y usar sus plumas, siendo que en Bolivia existe una sobrepoblación de estas aves que se convierten en plagas gracias a la existencia de cultivos de maíz lo que les provee con mayores cantidades de alimentos de lo que es natural.
Pero en México la situación es muy distinta. En México las poblaciones de animales salvajes están al borde de la extinción. Es muy grave matar cualquier ave, cualquier animal, solo para vestir sus plumas o su piel. Aún así van muchos danzantes vestidos de animales que fueron arrebatados de su entorno sólo porque pagaron por las plumas. Le danzan al águila, al venado y a la tierra al mismo tiempo que contribuyen a extinguirla.
muy congruente y atinado. un abrazo
ResponderEliminarChingon rmano
ResponderEliminarHola, yo también soy danzante, del sol y ina abuela nos dijo que no dejaramos las plumas en el suelo, que el espiritu caía y que debíamos levantarlo, pero no nos dijo como, tu sabes como hermano?
ResponderEliminarPara levantar espíritus que no queremos dejar, hago algún gesto que ello signifique, algunas veces toco la tierra con el dedo y lo llevo a la boca
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