Los hombres que cultivan alimentos ¿cuando se detendrán a meditar? ¿cuando tendrán tiempo de desarrollar el arte, la música, la pintura?
Está presente en el pensamiento megalómano occidental, que la estratificación de la sociedad ahora y en los tiempos antiguos, era para, y permitía, que las personas en los altos estratos de la sociedad tuvieran el tiempo para desarrollar las artes y la espiritualidad. Bajo este precepto se han estudiado las grandes culturas del pasado, incluyendo las mesoamericanas.
Ciertamente en las grandes ciudades del esplendor del pasado mesoamericano existía la estratificación social, y eran los gobernantes, sacerdotes y artesanos los que podían dedicar más tiempo a las actividades humanas más "sublimes" y lejanas de lo que se considera el arduo y desagradable trabajo de la agricultura, indispensable sí para la existencia de la sociedad.
Pero la cosmovisión andina ancestral, vigente hasta el presente, nos da una prespectiva muy distinta acerca de esto. Tomaremos como ejemplo la vida en la ciudad, donde la incesante actividad y el incesante embate de estímulos sensoriales dan poco espacio, tiempo si se quiere, a la meditación. Algunas personas se ven saturadas por este estímulo estresante y requieren, por razones ya de salud, abrirse campo en su agenda diaria para salirse de esa realidad y permitirse un espacio de silencio, de paz, de contemplación, de tranquilidad, de meditación.
La meditación Runa
La creencia de que la agricultura no permite tiempo y espacio para la meditación, la espiritualidad y el desarrollo de las artes es totalmente falsa. Bastan las 2 a 4 horas que las personas en las grandes ciudades dedican únicamente al transporte entre su casa y su trabajo para perder en la comparación de quién tiene más tiempo para actividades no-laborales. La razón por la cual muchas personas de comunidades indígenas y campesinas parecen no tener tiempo para desarrollar su lado artístico y espiritual es porque han perdido su auténtico arraigo cultural-espiritual y porque los alimentos que producen se buscan vender para comprar productos e insumos modernos, transacción en la cual se devalúa increíblemente el trabajo del agricultor.
Los indígenas, campesinos y/o agricultores que trasciendan esta etapa virulenta del modernismo occidental caduco, conocen bien el estado de profunda espiritualidad que les trae la vida en el campo, de agricultura autosustentable. Es la vida del runa, del jaqui, el hombre, que se hace hombre completo, pachajaqui, porque conoce todo acerca de la vida humana, desde sembrar, construir, ser médico, psicólogo, adivino, partero, artesano, artista, rezador, esposo, padre, e integrante de una comunidad. Todo lo que exista dentro del ámbito humano, lo hace, conoce y domina el hombre completo.
Seguramente existan actividades que le traigan a nuestro runa mayor satisfacción, placer o estímulo, y otras labores necesarias que le traigan tedio y aburrimiento. Pero esta dimensión del "placer" y "comodidad" está equilibrada con las demás dimensiones en el hombre que vive en armonía con la naturaleza. Por lo tanto actividades cotidianas, repetitivas, tienden a ser la puerta dimensional hacia estados meditativos y contemplativos, esenciales dentro de la vida del runa. El agricultor puede estar labrando el campo, y esta actividad lo lleva a la meditación, y en esta meditación ve revelaciones, acerca del tiempo, de lo que sucederá en su comunidad, en su familia; sueña e interpreta sus sueños; vive en una dimension espiritual que no está separada de la dimensión laboral, cotidiana, mundana. Pero para vivir o llegar a este estado, es necesario conocer el amuki.
El amuki, el silencio interno
Realizar una actividad repetitiva y cotidiana, aunque sea en la naturaleza, no necesariamente nos llevará a estados runa de meditación y contemplación. Para eso es necesario practicar el amuki, el silencio interno.
Realizar una actividad repetitiva nos abre el espacio a la tranquilidad mental. Muchas veces esta tranquilidad, ajena a un estado de vida urbano u occidentalizado, se siente algo incómodo y es necesario llenarlo con música u otros estímulos sensoriales. Con ellos o sin ellos, la tranquilidad mental abre espacio para que el diálogo interno se manifieste, se exprese. Comenzamos a charlar con nosotros mismos, a pensar. Es en este momento cuando hay la posibilidad de aplicar la disciplina del amuki, que también puede ser aplicada en otras situaciones.
Intentamos silenciar nuestros pensamientos. Al hacerlo, los sentidos se agudizan, comenzamos a ver mejor el entorno, escuchar más, oler más y a conocer otros sentidos que no son los que nos enseña la cultura occidental. Limpiar la casa puede ser aburrido y desagradable, pero si practicamos el amuki podremos descubrir cómo esta actividad en realidad nos trae paz, tranquilidad y felicidad.
De la misma manera el amuki puede ser utilizado en situaciones que percibimos normalmente como desagradables y/o tediosas, en discusiones o cuando tenemos que esperar en fila. Cuando estés en una situación como esta, por ejemplo haciendo cola, piensa en cuantas veces deseas tener momentos de paz, de tranquilidad. Entonces date la oportunidad de tenerla en ese momento. Pon tu mente en blanco, silencia tus pensamientos y disfruta de la nada, del vacío.
No es necesario estar en el campo para practicar la cosmovisión ancestral originaria. Aunque decir esto no es una excusa o permiso para seguir viviendo una vida occidental en la ciudad. La misión está clara, y es retornar -hacia el pasado o hacia el futuro, da igual, el tiempo no es lineal- hacia una vida en armonía con la naturaleza y retomando la sabiduría ancestral de nuestros pueblos originarios.
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