No podemos tratar de entender el concepto de fe, sin relacionarlo con el significado de su raíz lingüística y conjugarlo con el significado producto de una construcción cultural histórica.
En cuanto se refiere a la fe espiritual, el ciudadano de habla castellano comprende para esta palabra, términos populares predominantes de una cultura homogénea judeocristiana neocolonial, aquella que en su amplitud social activamente produce una educación de empobrecimiento cultural. Gracias a esta pobreza, es que mantenemos y alimentamos aún principios y conceptos filosóficos en cuanto a la fe que provienen de un pensamiento de la era romana.
-"El concepto de la fe romana"-, me destacaba un amigo mientras platicábamos al respecto, describiendo el concepto de fe moderna como 'la entrega a una causa política-militar' que proviene de la época Romana. El imperio Romano promovía esta fe, y a través de su institución religiosa, es que se instauró este sistema militar teocrático que obligaba a las personas a profesar la fe Romana como una fe espiritual intangible y que estaba íntimamente ligada a la agenda política militar del estado Romano. La expansión colonizadora se hizo política, y la institución espiritual estaba ahí para reforzar su agenda, a través de la fe.
Fe ciega es un término apropiado para describir este tipo de fe, de confianza, y de contrato energético con las instituciones espirituales, donde la persona cree 'fielmente' - 'entregadamente'- 'ciegamente' a una causa, un grupo, un pensamiento, sin en realidad procesarlo y entenderlo más. Aunque la persona no sea católica, mantendrá aún en alguna de sus complejas interacciones sociales la práctica de la 'fe ciega'.
La educación y sistema cosmovisivo epistemológico moderno, y su usuario común, se basa en parte en la adopción de creencias, de 'verdades divinas y científicas', que sin una más amplia investigación, comprensión, u observación objetiva, simplemente se absorbe como propio y como la propia comprensión del universo y su funcionamiento. Es decir, vivimos en una 'realidad científica' en el cual el ciudadano común es en realidad muy poco científico con la inseparable comprensión filosófica-cosmológica del universo, basándose y adoptando 'conocimientos' y 'posiciones', sin en realidad elaborar una observación propia que arroje evidencias contundentes científicas propias sobre la naturaleza estudiada.
Poniéndolo de otra manera, el ciudadano moderno común es muy poco observador, poco investigador, si compara con el hombre de conocimiento no occidental. En el budismo por ejemplo, la disciplina del entrenamiento de la mente a través de la meditación y el conocimiento religiosamente heredado, genera ya una interacción más íntima y real con la realidad, un beneficio más perceptible de la práctica espiritual religiosa. Más allá de lo religioso tenemos lo espiritual, y más allá lo mágico-energético-espiritual, como pueden ser las disciplinas toltecas y ancestrales originarias.
El hombre de conocimiento ancestral observa objetivamente el universo y arroja sus propias conclusiones del porqué de los sucesos de la naturaleza -se física, biológica, conceptual, psicológica- , y cómo se interactúa objetivamente con estos sucesos, en todos los planos que puedan conocerse. Lo que para el occidental serían 'creencias', para el más preceptivo hombre de práctica disciplinaria ancestral, serían cosas tangibles que se perciben, efectos de las causas.
Aunque esto al entenderse parezca bastante básico, la importancia radica en lo que esto significa para la emancipación social. La defensa de un discurso occidental es la defensa de un discurso que en muchos casos se aboga por convicción ciega, una sincera falta de diálogo, de apertura a un razonamiento más amplio. El fascismo social que describe Dos Santos, se convierte en un fascismo psicológico, cultural y cosmológico. Para que haya un fin a esta discriminación y fascismo sistemático estructural-cultural, habría que terminar, reprogramar y purgar todo remanente epistemológico neocolonial, y para lograr esto habrá que reemplazarlo con un actualizado sistema cosmológico-epistemológico originario ancestral.
¿Quien hace esto? No muchos. La perpetuidad del fascismo social es producido por el mismo como imperceptible, es abominable e inimaginable. La verdadera gravedad del genocidio y la dimensión en la que sucede, tan lejana del campo de observación y existencia del hombre común, provocan la disfunción social que tan profundamente desestructura la integridad humana. El genocidio es perpetuado por todos los que no inicien un proceso de descolonización epistemológica radical. La disfunción incluye la desconexión que se tiene como ser humano de esta realidad, en realidad, tan humana, y tan palpable. Y es esta desconexión que provoca el mal funcionamiento del ser humano íntegro, aquel que es responsable, como individuo, de cómo perpetua o revoluciona (recompone, descoloniza, sana, replantea, reconstruye, reprograma), la patológicamente enferma sociedad.
En cierta manera la fe en lo divino, provoca la inactividad, la percepción de que se carece de los medios físicos, espirituales, intelectuales, culturales, creativos y sobre todo psicológicos, para cambiar la historia y pensamiento humano actual. Es una manera de relegar responsabilidad de algo de lo que nosotros somos responsables. En estas ópticas, los sentidos de fe, creencia y 'ser espiritual' pueden tomar significados distantes de lo que comúnmente entenderíamos al utilizar estas palabras y conceptos.
En cuanto se refiere a la fe espiritual, el ciudadano de habla castellano comprende para esta palabra, términos populares predominantes de una cultura homogénea judeocristiana neocolonial, aquella que en su amplitud social activamente produce una educación de empobrecimiento cultural. Gracias a esta pobreza, es que mantenemos y alimentamos aún principios y conceptos filosóficos en cuanto a la fe que provienen de un pensamiento de la era romana.
-"El concepto de la fe romana"-, me destacaba un amigo mientras platicábamos al respecto, describiendo el concepto de fe moderna como 'la entrega a una causa política-militar' que proviene de la época Romana. El imperio Romano promovía esta fe, y a través de su institución religiosa, es que se instauró este sistema militar teocrático que obligaba a las personas a profesar la fe Romana como una fe espiritual intangible y que estaba íntimamente ligada a la agenda política militar del estado Romano. La expansión colonizadora se hizo política, y la institución espiritual estaba ahí para reforzar su agenda, a través de la fe.
Fe ciega es un término apropiado para describir este tipo de fe, de confianza, y de contrato energético con las instituciones espirituales, donde la persona cree 'fielmente' - 'entregadamente'- 'ciegamente' a una causa, un grupo, un pensamiento, sin en realidad procesarlo y entenderlo más. Aunque la persona no sea católica, mantendrá aún en alguna de sus complejas interacciones sociales la práctica de la 'fe ciega'.
La educación y sistema cosmovisivo epistemológico moderno, y su usuario común, se basa en parte en la adopción de creencias, de 'verdades divinas y científicas', que sin una más amplia investigación, comprensión, u observación objetiva, simplemente se absorbe como propio y como la propia comprensión del universo y su funcionamiento. Es decir, vivimos en una 'realidad científica' en el cual el ciudadano común es en realidad muy poco científico con la inseparable comprensión filosófica-cosmológica del universo, basándose y adoptando 'conocimientos' y 'posiciones', sin en realidad elaborar una observación propia que arroje evidencias contundentes científicas propias sobre la naturaleza estudiada.
Poniéndolo de otra manera, el ciudadano moderno común es muy poco observador, poco investigador, si compara con el hombre de conocimiento no occidental. En el budismo por ejemplo, la disciplina del entrenamiento de la mente a través de la meditación y el conocimiento religiosamente heredado, genera ya una interacción más íntima y real con la realidad, un beneficio más perceptible de la práctica espiritual religiosa. Más allá de lo religioso tenemos lo espiritual, y más allá lo mágico-energético-espiritual, como pueden ser las disciplinas toltecas y ancestrales originarias.
El hombre de conocimiento ancestral observa objetivamente el universo y arroja sus propias conclusiones del porqué de los sucesos de la naturaleza -se física, biológica, conceptual, psicológica- , y cómo se interactúa objetivamente con estos sucesos, en todos los planos que puedan conocerse. Lo que para el occidental serían 'creencias', para el más preceptivo hombre de práctica disciplinaria ancestral, serían cosas tangibles que se perciben, efectos de las causas.
Aunque esto al entenderse parezca bastante básico, la importancia radica en lo que esto significa para la emancipación social. La defensa de un discurso occidental es la defensa de un discurso que en muchos casos se aboga por convicción ciega, una sincera falta de diálogo, de apertura a un razonamiento más amplio. El fascismo social que describe Dos Santos, se convierte en un fascismo psicológico, cultural y cosmológico. Para que haya un fin a esta discriminación y fascismo sistemático estructural-cultural, habría que terminar, reprogramar y purgar todo remanente epistemológico neocolonial, y para lograr esto habrá que reemplazarlo con un actualizado sistema cosmológico-epistemológico originario ancestral.
¿Quien hace esto? No muchos. La perpetuidad del fascismo social es producido por el mismo como imperceptible, es abominable e inimaginable. La verdadera gravedad del genocidio y la dimensión en la que sucede, tan lejana del campo de observación y existencia del hombre común, provocan la disfunción social que tan profundamente desestructura la integridad humana. El genocidio es perpetuado por todos los que no inicien un proceso de descolonización epistemológica radical. La disfunción incluye la desconexión que se tiene como ser humano de esta realidad, en realidad, tan humana, y tan palpable. Y es esta desconexión que provoca el mal funcionamiento del ser humano íntegro, aquel que es responsable, como individuo, de cómo perpetua o revoluciona (recompone, descoloniza, sana, replantea, reconstruye, reprograma), la patológicamente enferma sociedad.
En cierta manera la fe en lo divino, provoca la inactividad, la percepción de que se carece de los medios físicos, espirituales, intelectuales, culturales, creativos y sobre todo psicológicos, para cambiar la historia y pensamiento humano actual. Es una manera de relegar responsabilidad de algo de lo que nosotros somos responsables. En estas ópticas, los sentidos de fe, creencia y 'ser espiritual' pueden tomar significados distantes de lo que comúnmente entenderíamos al utilizar estas palabras y conceptos.
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