Nicolasa

¿Qué será de ti? Si alguien puede ser feliz, eres tú. No has perdido tu conexión con la tierra. No has perdido la conexión con tus antepasados. Hablas aún en tu lengua ancestral. Vives, haces, vendes, en tus templos sagrados, ancestrales, El Tajín. No has perdido la conexión con tu nawal, tu k'amasa, tu ser puro, indomable, que sabe lo que quiere, que hace lo que quiere. Tienes aún la libertad de amar.

Me detuve en la entrada del Tajín, a lavarme el rostro, como muestra de respeto y aprecio a los templos sagrados a los que visitaría. Lavarse el rostro, cambia a la persona, la limpia del calor, lo deja allí, se refresca para entrar a un espacio de respeto, de descanso, de aprendizaje, de sanación.



Ritual Totonaca en El Tajín, Veracruz, México

En el momento que el agua cristalina del arroyo tocó mi rostro, escuché el murmullo de una joven mujer a quien dedico este escrito, quien en su máxima expresión me ha podido demostrar, en el menor tiempo, la imagen, el sonido, el sentimiento de un amor sano, puro y verdadero, de una mujer que podría amar en su más pleno sentido.

El arrepentimiento más grande, que en un escrito haya quedado, lo que pudo ser mi mejor relación amorosa, mi mejor pareja. El agradecimiento de que estos frutos dé, este breve momento, este breve encuentro, que cosecho para alimentarme como la mejor enseñanza a través de la experiencia, del ver y conocer cómo es una mujer con la que puedo yo, en mi ser como rayo de intenso indígena, puedo, podría, pude, amar, como nadie más que haya conocido.

Desconociendo la fuente del sonido, subí la mirada para ver. Al otro lado del arroyo, una joven niña me lanzaba fuego con su mirada, en un segundo me envolvía y me decía con risitas: Te deseo. El incrédulo creyente, continuó su travesía hacia los templos. Después de un par de horas, en mi trayecto de salida, correteó y risoteó a mi alrededor nuevamente como el más bello de los colibríes. 

Su perfección la reflejaba la pureza y el brillo de su tez. Un café rojizo que mezclada con su alma me produce iridiscentes naranjas, violetas y blancas al recordarla en este momento. Me acerqué a un grupo de artesanos totonacas que vendían en la zona arqueológica. Les pregunté acerca de su cultura, de cómo podría yo aprender de ella. Mientras charlábamos, la niña se acercó, era parte del grupo. 

Ritual Totonaca popularmente conocido como Los Voladores de Papantla
Comenzó a hablar con ellos en totonaco y demostró que no tenía deseo de comunicarse en castellano. Eso no la detuvo de decir lo que quería decirme. Uno de sus compañeros tradujo por ella: 
-Dice que eres muy bonito, que le gustas-. 

Me pareció prudente recomendarle lo mismo: 
-Dile que es muy bonita, que me gusta también- dije. 

Todos rieron con la más natural inclusión que se pueda sentir. Su dimensión indígena era naturalmente llena de alegría, perspicacia, y carente de prejuicios, abierto a toda bella posibilidad. 
–¿Qué te llamas?- le pregunté. Aprovechando el cobijo de sus compañeros, respondieron por ella 
–Nicolasa-. 
–Quiere saber qué te llamas tú- agregó su traductor principal. 
–Julián- me presenté.
 -Dice que te la lleves- finalmente agregó. No necesita más. Una mirada a mis ojos, desde donde se refleja el amor que ella envía. Es ella la cazadora, la que sabe, la poderosa. Ha acertado. Sabe que hay afinidad, que es capaz, de irse a volar, quiere volar, confía en mí, que es confiar en sí. 

El alma  puede volar, porque sabe de la complementariedad, no la contradicción, y el respeto, que son los valores madres de toda cultura originaria. El respeto es el respeto a tantas cosas, entre ellas,  a sí misma, a su pureza, a su capacidad de volar, de entregarse, de amar, y del saber hacer que se lleva en la vivencia, cuando se vive y se es por convicción indígena.

Era la primavera en su vida, la fruta más exquisita, en el día más soleado, fruto maduro que conserva su ternura, su pureza. Ha sabido defenderse, la vida le ha dado valor, fuerza, a la vez de suavidad y fragilidad. Es un ser libre, autónomo, independiente. Capaz de seguir su corazón, sin consultar a sus padres, sin razonar, sin consultar a nadie más que a su más intenso deseo de volar en el amor y haciendo caso a su profundo y arraigado sentido de la percepción. 

Así lo decidió ella, con toda su meditación en vida, y también en el instante en que me vio, de irse conmigo, de pedirme que la lleve. Yo el inútil, el lastimado, no reaccioné, mi posible excusa, que llevaba la mano enyesada de la única vez que un hueso me he roto. Parcialmente liberado, vidente, parcialmente enganchado, ciego, incapaz de darme cuenta que esa fue la más clara oportunidad que en mis ahora 33 años he tenido de un amor libre que despega en vuelo, aterriza, se siembra, crece y provee los más transformadores frutos humanos que se puedan imaginar.

El lazo más intenso, la belleza más intensa, la experiencia más poderosa, liberadora, en todo sentido nutritiva. Un lazo de poder, una unión de nawales, una complementariedad fértil que genera abundancia, abundante abundancia. Romper todos los lazos, y encontrar un camino juntos, uno que lleva al origen, al más allá.

Una relación imposible para el entramado psicosocial occidental moderno. No es posible porque no existe la cultura, el conocimiento, la sanación, la extracción de un pensamiento abismal homogeneizador-genocida-ecocida que se anida en la relación amorosa hombre-mujer, aquella de dolor, de contradicción, de falta de comprensión, de falta de todo, que todos viven, que todos sufren, fuera del ámbito más puro del humano originario sano.

En parte una, en parte la otra. Así una mano, hábil, la otra rota. Inhabilitado, para volar, quizá.

¿Por qué?

Lo que queda es esto, que es un rezo, para aquella Nicolasa, que existe en el Totonacapan, pero existe también, en la diversa abundancia de la madre tierra. Son las verdaderas mujeres.

Eso representas, una luz en mi camino, para saber, la próxima vez, reaccionar, Nicolasa. 

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