A todos los que nos hemos involucrado con éste santuario de vida silvestre, esto es voluntarios, trabajadores, visitantes, donadores y demás, nos van quedando claras muchas cosas y muchas enseñanzas se van revelando en el camino.
Una de ellas por ejemplo es que los animales nos hacen más humanos. Aprender que los animales no son objetos ha sido una de las campañas de educación permanente de La Senda Verde, y es algo que los mismos animales nos han tenido que enseñar a través de su propio sufrimiento. Son enseñanzas que llevan una a la otra, como ésta última a una sobre el amor. Amar a otro ser no es tenerlo en una jaula para ser apreciado cuando su «dueño» disponga de ello. Amar es hacer lo mejor para ese ser.
Los animales también nos enseñan a ser más humanos cuando convivimos con ellos, al mostrarnos que hay muchas formas diversas de comunicarse, que todos los seres tienen sentimientos, y que ningún ser es superior a otro. Otra de las grandes enseñanzas que nos deja la Senda Verde es en relación a la destrucción de la madre tierra, la naturaleza. No es lo mismo leer los reportajes sobre los efectos de la deforestación, que tener que rehabilitar a un animal que ha sido encontrado abandonado por su madre en una zona de deforestación masiva y tener que movilizar a todo un grupo de personas y todo un país para conseguir recursos para construirle un nuevo hogar.
Canelo en La Senda Verde Photo de Kristi Odom |
Terminar de construir un encierro para un venado después de meses de no descansar en búsqueda de fondos para su construcción y recién terminado, que llegue otro venado, es una forma intensa de aprender lo que está sucediendo. No es lo mismo leer sobre la guerra que estar en ella, y todos estamos en ella, La Senda Verde es un recordatorio. Se trata de una inaudita guerra contra la vida, que está acabando con ella, y a todos los que apoyamos a la Senda Verde nos queda ya muy claro.
¿Quién tiene la culpa? ¡Los humanos! Escucho decir, y no es cierto. Es aquí donde espero sea adecuada y pertinente mi contribución. La misma no quisiera que se circunscriba a la semántica del contenido de la palabra «humano», pero en parte sí es una observación sobre el uso de dicha palabra y la contribución radica en informar de que existe otra definición y otra visión de lo que ser humano significa.
La educación moderna (y su acompañante falta de la misma) parte desde un proyecto de dominación (del cual el ecocidio es consecuencia) para el cual la ciencia (su ciencia) es parte fundamental (de la manera que es utilizada) del dogma que articula una narrativa homogénea y ortodoxa de la cual pocos escapan.
Ésta narrativa está ceñida a la historia escrita, que es según éste peritaje científico-educativo (o de pretensiones científicas), la única evidencia válida de la historia de la humanidad. Ésta historia nos lleva, cuando mucho, 5,000 años hacia el pasado. Más allá de éste límite, la imaginación darwinista nos dice que el ser humano era un hombre de las cavernas, bruto y salvaje y el cual no amerita la cualidad moderna de ser «humano» y «civilizado». Pero esta aseveración del imaginario colectivo es falsa y ha sido escenificada a propósito, para acomodar la consciencia histórica a su agenda de dominación.
Existen muchas evidencias «incómodas» de la existencia de civilizaciones y «humanos» previas a los 5,000 años de historia escrita. Esto es importante tener en cuenta ya que no podemos limitar la definición de «humanidad» a éste reducto de la historia. Si se trata de ver a los humanos como una especie, pues es una especie cuyo horizonte civilizatorio (su organización como comunidades de una especie) en el pasado se extiende mucho más allá de lo conocido y reconocido.
Todas estas civilizaciones de las cuales sabemos muy poco, no necesariamente deben ser incluidas dentro de la calificación moderna de que los «humanos» son inherentemente inhumanos, egoístas, destructores; ajenos a la naturaleza e incapaces de convivir con ella. Hasta aquí tenemos un punto, pero hay otro con implicaciones aún peores.
Existe en el presente, conviviendo con estos humanos en donde la inhumanidad está naturalizada, una periferia donde viven aún «seres humanos» y los cuales están en serio peligro de extinción. A ellos sí les podemos llamar humanos, porque además de que practican aún ésta humanidad (a pesar de sufrir como todos la deshumanización), cuentan con un concepto bien definido, elaborado y fundamentado de lo que es «ser humano». Son nuestros vecinos y se extinguen.
Enfrentan la extinción de todas las formas concebibles, las comunidades más alejadas sufren del genocidio y el ecocidio, la expropiación de sus espacios de vida. Ejemplos bolivianos son el Tipnis, el norte de La Paz, La Tariquía y muchos otros, sino todos. Simultáneamente y junto con muchos otros pueblos, enfrentan la extinción de su humanidad, el epistemicidio, a través de la absorción cultural y el sincretismo entre otros.
¿Qué significa ser humano? Pregúntenle al Jaq’i, al Runa, estudien que significan estas dos palabras y sus conceptos, y les aseguro se les abrirán las puertas a una «educación» que va mucho más allá de la agenda del capital. Descubrirán en ese camino las respuestas a muchas preguntas, y se verán forzados también a reconocer que creían en muchas mentiras. Una de las más grandes barreras para enriquecernos con éste conocimiento es el autoracismo, el cual no es más que un comportamiento profundamente enraizado y subjetivizado en la sociedad globalizada.
Comparto ésta sugerencia como vital para la modificación de una educación que nos encamina a repetir y perpetuar una agenda inhumana, la cual está provocando la extinción de todas las especies de seres vivientes; incluyendo la humana, la verdadera especie humana, aquella que sí vive en armonía con la naturaleza y donde los vicios y los males no son parte de su naturaleza, sino síntomas de una enfermedad terminal.
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